La colocación de cuchillas en la verja de Melilla precipita un asalto masivo
Cerca de 200 inmigrantes subsaharianos intentaron entrar en Melilla
en la madrugada de este martes saltando la valla que la rodea y más de
la mitad -un centenar, según la estimación de la Delegación del
Gobierno-, lo lograron.
Entre los que llegaron del lado español no hubo heridos, pero del lado marroquí, entre los que no lograron saltar, hubo un muerto, a causa de una caída de lo alto de la valla, y tres heridos. Unos 40 subsaharianos fueron también detenidos.
Cuatro días después de que se hiciese pública la recolocación de las cuchillas
en un tercio de los 12 kilómetros de la verja de la ciudad autónoma,
los subsaharianos organizaron un salto y es probable que, de aquí a que
concluya a fin de mes la instalación de esos elementos disuasivos,
intenten dar otros.
Las llamadas concertinas — alambre entremezclado con cuchillas— y una
malla tupida que impide introducir los dedos para trepar, están siendo
colocadas en varias partes de la verja donde se suelen producir los
saltos. El delegado del Gobierno, Abdelmalik el Barkani, no desveló su
ubicación para no dar pistas a los inmigrantes. Basta, no obstante, con
ver donde trabajan los operarios para hacerse una idea aproximada.
El salto de este martes se produjo en la zona de Tres Forcas y allí
no deben de haber sido colocadas las cuchillas porque entre los
inmigrantes no había ningún herido ni tampoco entre los guardias civiles
que intentaron impedir su entrada en la ciudad, según informó una
portavoz de la delegación del Gobierno.
Las cuchillas ya fueron instaladas en 2005 después de varios asaltos
masivos a finales del verano y a principios del otoño, pero el
presidente José Luis Rodríguez Zapatero, anunció su retirada al año
siguiente durante su visita a Melilla. Se las suprimió del lado español
de la verja a principios de 2007.
Provocaban profundos cortes en las manos, piernas y hasta en el
rostro de los subsaharianos. ONG de derechos humanos criticaron entonces
su instalación y al conocer que van a ser recolocadas este mes vuelven a
expresar su rechazo. Aministía Internacional ha sido la primera en
hacerlo.
Hasta ahora solo El Baraki había justificado su uso, pero este martes
lo hizo, por primera vez, un miembro del Gobierno, Javier Martínez,
secretario de Estado de Seguridad. “En otros países, los perímetros
fronterizos siempre están dotados de medidas de seguridad de esa
naturaleza”, declaró a la prensa. “Si se produjese un recurso ante los
tribunales, nosotros defenderíamos la legalidad de esa medida junto con
otras muchas que tienen un efecto disuasorio”.
Cuchillas en la frontera
Juan José Téllez
Público.es
España vuelve a colocar cuchillas en la frontera de Melilla. Ya lo
hizo en el pasado, advierten los telediarios. Ahora, el afilador es del
Partido Popular, pero antes lo fue del PSOE. No es una amenaza, sino un
aviso a los navegantes: la cuchilla que rajaba el párpado de El Perro
Andaluz está ahora sobre el cuello de todos los trabajadores del mundo,
desunidos. Sean inmigrantes o no lo sean, nos vuelven a atracar al grito
de la Bolsa o la vida. Y nuestros gobernantes han elegido la Bolsa,
aunque sea a costa de que el resto se desviva.
La vida comenzaron a perderla a miles hace ahora veinticinco años, en
las costas turbulentas del Estrecho de Gibraltar a donde vuelven a
centrarse las miradas cómplices de los gobiernos europeos y del norte de
Africa. Hoy, ante una pirámide de sonares y pantallas verdes, un
competente oficial de la Benemérita nos informa sobre el hecho cierto de
que esa franja marítima vuelve a convertirse en uno de los lugares
obligados de paso para la inmigración clandestina por vía marítima que, a
fin de cuentas, apenas supone un diez por ciento del total de quienes
pretenden entrar por la puerta falsa a este paraíso comunitario más
falso que esa puerta.
Hace un cuarto de siglo, los elegidos para la gloria que habían
sobrevivido a guerras, a hambrunas y a desiertos, se enfrentaban a ese
mar tornadizo, bajo peores vientos que corrientes, a bordo de antiguas
pateras que se usaban para la pesca de bajura. Luego, las mafias
compraron balsas hinchables fuera borda. Las muertes se multiplicaban al
socaire de los arrecifes de Tarifa o bajo la perplejidad de un mal
piloto que no conocía las mareas, ni las cartas marinas y cuya única
brújula era la remota luz de un faro o de una gasolinera.
Como en la reciente tragedia de Lampedusa, los gobiernos se mostraban
consternados. Pero, entonces como ahora, sus primeras medidas
estribaron en militarizar el mal o la costa. Y, ahora como entonces, no
aceptaban la posibilidad de que por encima de Maastricht y de otras
convenciones de eruditos a la violeta, cupiera la posibilidad de
regularizar la ida y venida de jornaleros de la aceituna, de la fresa o
de la pera. Para que no hubiera más cadáveres en el amanecer de
Andalucía, pero también para que no hubiera más esclavitud bajo los
plásticos o al aire libre, en la construcción o en los prostíbulos, en
una Europa que todavía cuenta con once millones de personas sin papeles,
a quienes no se legaliza por no alentar el presunto efecto llamada: si
siguen viniendo hasta aquí, con la caída de salarios, empleos y derechos
sociales, ¿quién puede seguir manejando semejante retórica?
¿A quién beneficia su carencia de documentos? A ellos, no, pues no
tienen deberes, pero tampoco derechos. Tampoco al Estado, porque tienen
algunos derechos aunque no tengan deberes. De vez en cuando, algún
tiburón de la trata de personas acaba en el banquillo. Pero, a lo largo
de los últimos veinticinco años, muy pocos supuestos empresarios han
tenido que responder a la justicia por un delito contra el derecho de
los trabajadores.
Llevamos un cuarto de siglo escribiendo en el desierto palabras como
esta. Desde la vieja Europa que lleva milenios recibiendo gente y
despidiéndola, lo único que se ha hecho es ponérselo más difícil a los
náufragos de la globalización. El Sistema Integrado de Vigilancia
Exterior (SIVE) blindó la costa sur de Andalucía y ahora lo hace con
Canarias, pocos años más tarde de que la llegada de cayucos fuera
frenada con generosos sobres e inversiones del Frontex en Senegal o en
Mauritania. Así que tuvieron que buscar la ruta de Lampedusa, la de los
trescientos muertos de hace un mes, ¿se acuerdan todavía? Ahora, desde
Tánger a Tarifa viajan en toys, tristes balsas de plástico y de juguete,
como las últimas almadías de quienes pretenden burlar los controles
policiales, aunque resulte más complicado burlar los severos controles
de la muerte.
Ahí están las cuchillas, alertando de lo que les aguarda a quienes
pretenden saltar la valla de Melilla. ¿Cómo estará Africa para que
quieran venir a la Europa de Merkel, a la España de Wert, a la Grecia de
Amanecer Dorado, al Portugal sin claveles ni revolución, a la Francia
del ministro Manuel Valls que expulsa familias gitanas por el bien del
voto socialista frente a la amenaza electoral del Front Nacional, a la
Italia hipócrita que nacionaliza a los inmigrantes muertos y destierra a
los supervivientes. Lo peor es que no nos damos cuenta de que esas
mismas cuchillas apuntan también hacia todos nosotros